Un ruiseñor, fascinado
por las gracias de una rosa,
todas las noches constante,
le cantaba su pasión;
la rosa lo desdeñaba,
sin oír la triste queja
que entre lágrimas salía
de su ardiente corazón.
Cuando la luna de plata
asomaba tras los montes,
él iba, amoroso y dulce
sus tormentos a cantar;
y posándose en el cáliz
de la flor de duro pecho
daba sus notas más tiernas
queriéndole enamorar.
Una aurora sonrosada
en que mas triste que nunca
le pedía que lo amase
para acabar de sufrir,
la pérfida flor, ingrata,
rompiendo su blando pecho
con una punzante espina
lo vio apenado morir.
Trémulo, frío, expirante,
de sangre el cuerpo bañado,
aún trinaba el lastimero
esta canción de su amor:
—
No me ha matado la espina;
muero transido de pena,
muero transido de pena,
¡ay! recordando afligido
la ingratitud de mi flor.
Juan Ramón Jimenez
2 comentarios:
Gracias por traerme del recuerdo uno de los poemas más bellos que se han escrito....un beso
que bonita combinacion de imagen y palabras.. eres un artista.
te sigo.. gracias por dejarte descubrir.
un abrazo
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