EUCALIPTUS -FOTO DE GROUCHOMANIACO
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Platero y yo:CAPITULO XXVII
de Juan Ramón Jiménez
El perro sarnoso
Venía, a veces, flaco y anhelante, a la casa del huerto. El pobre andaba siempre huido, acostumbrado a los gritos y a las pedreas. Los mismos perros le enseñaban los colmillos. Y se iba otra vez, en el sol del mediodía, lento y triste, monte abajo.
Aquella tarde, llegó detrás de Diana. Cuando yo salía, el guarda, que en un arranque de mal corazón había sacado la escopeta, disparó contra él. No tuve tiempo de evitarlo. El mísero, con el tiro en las entrañas, giró vertiginosamente un momento, en un redondo aullido agudo, y cayó muerto bajo una acacia.
Platero miraba al perro fijamente, erguida la cabeza. Diana, temerosa, andaba escondiéndose de uno en otro. El guarda, arrepentido quizás, daba largas razones no sabía a quién, indignándose sin poder, queriendo acallar su remordimiento. Un velo parecía enlutecer el sol; un velo grande, como el velo pequeñito que nublé el sano Ojo del perro asesinado.
Abatidos por el viento del mar, los eucaliptos lloraban, más reciamente cada vez hacia la tormenta, en el hondo silencio aplastante que la siesta tendía por el campo aún de oro, sobre el perro muerto.
de Juan Ramón Jiménez
El perro sarnoso
Venía, a veces, flaco y anhelante, a la casa del huerto. El pobre andaba siempre huido, acostumbrado a los gritos y a las pedreas. Los mismos perros le enseñaban los colmillos. Y se iba otra vez, en el sol del mediodía, lento y triste, monte abajo.
Aquella tarde, llegó detrás de Diana. Cuando yo salía, el guarda, que en un arranque de mal corazón había sacado la escopeta, disparó contra él. No tuve tiempo de evitarlo. El mísero, con el tiro en las entrañas, giró vertiginosamente un momento, en un redondo aullido agudo, y cayó muerto bajo una acacia.
Platero miraba al perro fijamente, erguida la cabeza. Diana, temerosa, andaba escondiéndose de uno en otro. El guarda, arrepentido quizás, daba largas razones no sabía a quién, indignándose sin poder, queriendo acallar su remordimiento. Un velo parecía enlutecer el sol; un velo grande, como el velo pequeñito que nublé el sano Ojo del perro asesinado.
Abatidos por el viento del mar, los eucaliptos lloraban, más reciamente cada vez hacia la tormenta, en el hondo silencio aplastante que la siesta tendía por el campo aún de oro, sobre el perro muerto.
7 comentarios:
"Abatidos por el viento del mar, los eucaliptos lloraban, más reciamente cada vez hacia la tormenta", crece tanto que cuando hay tormenta se rompe, y las raices son gruesas levantan las veredas.
pero es un arbol muy digno.
:)
Jo, que triste...siempre me puso mala "Platero y yo".
Un saludo.
Yo es que tengo clavadito este libro desde niña...¡qué triste!!!
La foto es realmente preciosa Groucho...te estás convirtiendo en un maestro de fotografiar la naturaleza...Besos
Siempre ha despertado en mí una ternura infinita la obra de este poeta, especialmente PLATERO Y YO, donde la belleza se mezcla con la melancolía.
Besos Groucho.
Suma siempre besos mios.
Es toda una paradoja, pero si tuviese un jardín, sería el primer árbol que plantaría.
Siempre me encantaron los sauces llorones.
Besicos,
Pocas líneas de Platero y yo no son dignas de reler una y mil veces. éstas son preciosas y sirven de sustento para tu fotografía. Los eucaliptos siempre me transmsiten pena, parece que clamen atención, con esa corteza que les cae desordenadamente, con esas ramas que sufren de desmayo....
Groucho, un beso
Supongo que habrás observado la clausura del blog - He recibido varios mensajes de amigos - Un abrazo fuerte, un salud ciudadanos, un placer y... ¿Alguno con dos o dos y medio dedos de frente se atrevería a gestionar este mundo sindical en vez de impedir que vaya a mi trabajo porque necesito ese dinero y es una huelga como la del palo de facundo? No a la huelga estigmatizada.
Besos sin caducidad. Beatriz. Urbano y Humano.
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