El olor del regreso
Por Pablo Neruda
Mi casa es profunda y ramosa. Tiene rincones en los que, después de tanta ausencia, me gusta perderme y saborear el regreso. En el jardín han crecido matorrales misteriosos y fragancias que yo desconocía.
El álamo que planté en el fondo y que era esbelto y casi invisible es ahora adulto. Su corteza tiene arrugas de sabiduría que suben al cielo y se expresan en un temblor continuo de hojas nuevas en la altura.
Los castaños han sido los últimos en reconocerme. Cuando llegué, se mostraron impenetrables y hostiles con sus enramadas desnudas y secas, altos y ciegos, mientras alrededor de sus troncos germinaba la penetrante primavera de Chile. Cada día fui a visitarlos, pues comprendía que necesitaban mi homenaje, y en el frío de la mañana me quedé inmóvil bajo las ramas sin hojas hasta que un día, un tímido brote verde, muy lejos en lo alto, salió a mirarme y luego vinieron otros. Así se trasmitió mi aparición a las desconfiadas hojas escondidas del castaño mayor que ahora me saludan con orgullo pero ya acostumbradas a mi retorno.
En los árboles los pájaros renuevan los trinos antiguos, como si nada hubiera pasado bajo las hojas.
La biblioteca me reserva un olor profundo de invierno y postrimerías. Es entre todas las cosas la que más se impregnó de ausencia.
Junto a la vieja ventana, frente al cielo andino blanco y azul, por detrás de mí siento el aroma de la primavera que lucha con los libros. Éstos no quieren desprenderse del largo abandono, exhalan aún rachas de olvido. La primavera entra en las habitaciones con vestido nuevo y olor a madreselva.
Los caracoles son los más silenciosos habitantes de mi casa. Todos los años del océano pasaron antes y endurecieron su silencio. Ahora, estos años les han agregado tiempo y polvo. Sin embargo, sus fríos destellos de madreperla, sus concéntricas elipses góticas o sus valvas abiertas, me recuerdan costas y sucesos lejanos.
De este largo cajón parecido a un ataúd sale un dulce rostro de mujer, altos senos de madera que cortaron el viento, unas manos impregnadas de música y salmuera. Es una figura de mujer, un mascarón de proa. La bautizo “María Celeste” porque trae el misterio de una embarcación perdida. Yo encontré su belleza radiante en París, sepultada bajo la ferretería en desuso, desfigurada por el abandono, escondida bajo los sepulcrales andrajos del arrabal. Ahora, colocada en la altura navega otra vez viva y fresca. Se llenarán cada mañana sus mejillas de un misterioso rocío o lágrimas marinas.
De todas las capas del aire llega un suave y tembloroso vaivén, una palpitación de flor que entra en el corazón. Son nombres y primaveras idas, y manos que apenas se tocaron y altaneros ojos de piedra amarilla y trenzas perdidas en el tiempo: la juventud que golpea con sus recuerdos y su más arrobador aroma. Es el perfume de las madreselvas, son los primeros besos de la primavera.
Por Pablo Neruda
Mi casa es profunda y ramosa. Tiene rincones en los que, después de tanta ausencia, me gusta perderme y saborear el regreso. En el jardín han crecido matorrales misteriosos y fragancias que yo desconocía.
El álamo que planté en el fondo y que era esbelto y casi invisible es ahora adulto. Su corteza tiene arrugas de sabiduría que suben al cielo y se expresan en un temblor continuo de hojas nuevas en la altura.
Los castaños han sido los últimos en reconocerme. Cuando llegué, se mostraron impenetrables y hostiles con sus enramadas desnudas y secas, altos y ciegos, mientras alrededor de sus troncos germinaba la penetrante primavera de Chile. Cada día fui a visitarlos, pues comprendía que necesitaban mi homenaje, y en el frío de la mañana me quedé inmóvil bajo las ramas sin hojas hasta que un día, un tímido brote verde, muy lejos en lo alto, salió a mirarme y luego vinieron otros. Así se trasmitió mi aparición a las desconfiadas hojas escondidas del castaño mayor que ahora me saludan con orgullo pero ya acostumbradas a mi retorno.
En los árboles los pájaros renuevan los trinos antiguos, como si nada hubiera pasado bajo las hojas.
La biblioteca me reserva un olor profundo de invierno y postrimerías. Es entre todas las cosas la que más se impregnó de ausencia.
Junto a la vieja ventana, frente al cielo andino blanco y azul, por detrás de mí siento el aroma de la primavera que lucha con los libros. Éstos no quieren desprenderse del largo abandono, exhalan aún rachas de olvido. La primavera entra en las habitaciones con vestido nuevo y olor a madreselva.
Los caracoles son los más silenciosos habitantes de mi casa. Todos los años del océano pasaron antes y endurecieron su silencio. Ahora, estos años les han agregado tiempo y polvo. Sin embargo, sus fríos destellos de madreperla, sus concéntricas elipses góticas o sus valvas abiertas, me recuerdan costas y sucesos lejanos.
De este largo cajón parecido a un ataúd sale un dulce rostro de mujer, altos senos de madera que cortaron el viento, unas manos impregnadas de música y salmuera. Es una figura de mujer, un mascarón de proa. La bautizo “María Celeste” porque trae el misterio de una embarcación perdida. Yo encontré su belleza radiante en París, sepultada bajo la ferretería en desuso, desfigurada por el abandono, escondida bajo los sepulcrales andrajos del arrabal. Ahora, colocada en la altura navega otra vez viva y fresca. Se llenarán cada mañana sus mejillas de un misterioso rocío o lágrimas marinas.
De todas las capas del aire llega un suave y tembloroso vaivén, una palpitación de flor que entra en el corazón. Son nombres y primaveras idas, y manos que apenas se tocaron y altaneros ojos de piedra amarilla y trenzas perdidas en el tiempo: la juventud que golpea con sus recuerdos y su más arrobador aroma. Es el perfume de las madreselvas, son los primeros besos de la primavera.
Extracto de “Para nacer he nacido”, 1950, de Pablo Neruda.
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Madreselvas fotografiadas por Grouchomaniaco
10 comentarios:
Me ha llegado el olor gracias a ti.....Besos
No conozco el perfume de la madreselva por lo que poco puedo decir al respecto, pero si te puedo agradecer que hayas visitado mi espacio y que hayas afortunadamente dejado un comentario que realmente invita a pensar en lo poco solidarios que somos y que al mismo tiempo que a cada cerdo le llega su San Martin!!!
Salud
Groucho, esta vez sí conocía el retazo de esta obra de Neruda, lo que desconocía era el aspecto de una Madreselva. No estoy muy puesta en jardinería.
Besos wapo.
Pues yo sí conocía la flor y no la poesía...je,je,je...
Un saludo Groucho.
Cómo debe disfrutar una que yo me sé con tanto romanticismo y aroma a primavera. Ayyy, qué envidia más sana! ;)
WINNIE, TIENES BUEN OLFATO... GRACIAS.
BESO
CONTRA,SIEMPRE DESDE QUE LA LEI HACE YA... TANTO, ME GUSTO ESA FRASE:
Primero fueron a por los judíos,
y yo no hablé porque no era judío.
Después fueron a por los comunistas,
y yo no hablé porque no era comunista.
Después fueron a por los católicos,
y yo no hablé porque era protestante.
Después fueron a por mí,
y para entonces ya no quedaba nadie que hablara por mí.
Reverendo Martin Niemöller.
SALUD CAMARADA.
ROSALIA,NORMA, OS COMPLEMENTAIS... ES PERFECTO.
2 BESOS (UNO PARA CADA UNA)
¿ Bronte T.?,EL DISFRUTE ES MUTUO...
PALABRITA DEL NIÑO JESÚS.
BESAZOSSSS.
Un bello texto acompañado de unas preciosas fotografías.
la madreselva no necesita muchos cuidados y nos regala su suave fragancia. Es la belleza sin ambages.
Un beso
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